Post 1 de 4: la flexión nominal o lo que le puede suceder a un núcleo nominal.

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Como vimos en el post anterior, una palabra es un elemento léxico nominal que sostiene la cumbre acentual y a diversos elementos que dependen de este elemento nuclear para tener sentido. Veamos un ejemplo:

cabañ-a-s

Un elemento léxico nominal <cabañ->, una unidad para el género <-a> y un elemento para el número <-s>. Ahora bien, según el alcance de nuestra propuesta, una palabra puede alcanzar otros elementos. Por ejemplo,

Estas muchas cabañas

Donde <estas> es un determinante y <muchas> un cuantificador. El análisis sugiere la siguiente disposición.

Clíticos Lexema Afijos
determinante cuantificador núcleo léxico género número
estas muchas cabañ- -a -s

Debemos hacer un breve comentario sobre cada elemento con miras a caracterizar su organización desde un punto de vista sintáctico. Que quede claro que este punto, para ser lo más pedagógico posible, utilizaremos el castellano como lengua para los ejemplos.

El género es, esencialmente, un elemento de función: no es un elemento que proporcione información constante sobre el mundo y su funcionalidad es estrictamente relacional. Sospechamos que a diferencia de otras categorías dentro de la palabra, esta, no proyecta sintaxis, como sí lo hacen los núcleos léxicos verbales o nominales, o los elementos preposicionales.

El número sí es un elemento que proporciona información constante sobre el mundo y sospechamos que esto le permite integrar su representación en un diagrama sintáctico.

Los elementos cuantificadores dotan de información numérica específica sobre el núcleo léxico en cuestión. Así existen cuantificadores imprecisos, indefinidos, cardinales, ordinales, etc.

Los determinantes suelen especificar información anteponiéndose al núcleo en forma de artículos, demostrativos o posesivos. Así como anuncian sus rasgos.

En este punto debemos recordar el esquema básico de la sintaxis: la teoría x barra.

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Este diagrama da cuenta que un núcleo léxico se proyecta en distintos niveles que le permiten incorporar ahí otros componentes.

Veamos en caso que aquí estamos desarrollando en el siguiente marcador de frase.

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Este marcador plantea que el núcleo léxico nominal tiene, a modo de elemento dominante, su información de número. Esto no se queda ahí:

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El sintagma número tiene la posibilidad de albergar a los cuantificadores en el brazo que corresponde a su especificador. Esto continua y debe haber lugar para el demostrativo:

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Este elemento encuentra lugar en el especificador del sintagma determinante. Una vez que los elementos están en el marcador, se termina de organizar por movimiento, en este caso del núcleo nominal hacia el núcleo inmediatamente superior en un proceso que se conoce como «incorporación». El orden lineal de la oración se deduce de esta construcción leyendo los elementos de izquierda a derecha.

Hasta este punto hemos podido desarrollar las características básicas de una palabra o frase nominal. Estos marcadores deben adecuarse a los requerimientos de cada lengua integrando así la información pertinente como, por ejemplo, el caso gramatical en las lenguas que lo manifiesten morfológicamente. Sobre esta base sintáctica seguiremos desarrollando esta propuesta. La que corresponde desarrollar ahora es la frase verbal.

Antes que todo: ¿qué es una palabra?

Una pregunta que ha atormentando a muchos gramáticos a lo largo de la historia es ¿qué es una palabra? Todos tenemos un conocimiento, como diría Hegel, claro pero no distinto de lo que es una palabra. Sabemos lo que es, pero se nos hace difícil explicitar dicho conocimiento. Nuestro objetivo en esta breve nota es equiparar la noción intuitiva de palabra con la de frase.

Lo primero que debemos hacer es eliminar la idea de que una palabra es ese momento entre dos espacios que vemos sobre un papel. La escritura es posterior y, si se quiere, artificial frente a la palabra hablada. Una excelente manera de probar esta noción errada de «palabra» es ver otras lenguas en el mundo, ya que como es fácil comprobar, un significado que corresponde en una lengua a una unidad, en otra utiliza más de una unidad para su formulación. En quechua, por ejemplo, <wasiy> y <mi casa> significan lo mismo. Como decíamos, en una lengua se utiliza una unidad ensamblada y en la otra dos, respectivamente. Si seguimos el análisis podemos reconocer dos elementos en estas construcciones: 1) un elemento semántico pleno, <wasi> y <casa>; y, 2) elementos que no pueden aparecer independientemente de estos elementos plenos: <-y> y <mi>. Estos últimos, no solo son dependientes de la raíz, sino que también pueden variar modificando la relación con el elemento nominal como, por ejemplo, <wasin> y <su casa>.  ¿Qué características presenta esta relación de elementos? Podemos sugerir que estos elementos dependientes se integran a los independientes que, por lo general, son elementos con semática plena y, como suele suceder en las lenguas del mundo, poseedores de la cumbre acentual. La suma de estos elementos nos produce una «palabra». Es decir, una palabra sería un elemento de semántica plena, con una cumbre acentual a la cual se le anexan los elementos dependientes. En este punto es sencillo equiparar la noción de «frase» con la noción de «palabra». Es por eso que <wasiy> y <mi casa> pueden reconocerse como las mismas unidades, una sola palabra en las dos lengua, o mejor dicho una sola frase, bajo esta noción. Pasemos, ahora sí, a analizar el contenido básico de estas las distintas palabras o frases, que, en este punto, son estrictamente lo mismo.

¿Existe la morfología?

Esta es una pregunta interesante para comenzar algún estudio sobre la naturaleza de la palabra. Primero, hay que responder a qué nos referimos aquí con morfología. Esta palabra tiene tres acepciones: 1) procesos que sufre la palabra; 2) una disciplina dentro de la gramática; y 3) un componente dentro de la competencia del hablante. Es un concepto, a la vez, 1)  descriptivo, 2)  institucional (no encuentro otro nombre para esta acepción) y 3) cognitivo. Desde nuestro punto de vista, el número 2) es irrelevante para nuestro trabajo de investigación; sin embargo, 1) y 3) están relacionados, si es que asumimos que estos procesos tienen lugar en la mente del hablante. En ese sentido, 3) implicaría a 2), sin inconvenientes. Pero ahí debemos hacer una pequeña distinción: reconocemos la existencia de procesos morfológicos, pero no de un componente (cognitivo) exclusivo para estos procesos, como los es por ejemplo, el componente semántico, fonológico o sintáctico. Hay, por lo menos, dos razones para suponer esto: a) todo proceso, ya sea flexivo, derivativo o de composición apunta a la sintaxis, sino estos se quedan en un simple juego de unidades, y b), si a) es verdad, deberíamos quedarnos, por un principio de economía conceptual, con el aparato computacional de la sintaxis asignándole al mismo el poder sobre la palabra que vemos en los procesos morfológicos. Esta asunción no es tan fácil de integrar, ya que implica que todos estos procesos morfológicos estarían regidos por los mismos principios que rigen a la sintaxis.

Lo que queda por demostrar, entonces, es que todos los procesos morfológicos pueden ser resueltos por el componente sintáctico y sus diversas características. Tenemos que realizar explicaciones de los siguientes procesos: flexión nominal, flexión verbal, composición y derivación. Para no cargar esta entrada con mucha información, cada uno de estos puntos será el tema de cuatro post próximos. Así que, un poco de paciencia.

Hay un punto donde la situación se pone un poco más complicada. Muchas lenguas del mundo integran diversos matices pragmáticos a partir de recursos morfológicos. Por ejemplo, el quechua tiene sufijos para explicitar dos grandes áreas temporales: un tiempo realizado y uno no realizado. El sufijo [-rqa] corresponde al pasado en el castellano y es la marca de pasado experimentado. La marca [∅] (asumimos que la marca de presente es [Ø], ya que es lo que antecede a los sufijos de persona verbal también pertenece a esta área temporal. Asimismo, tenemos un tiempo no-realizado [-sqa] (este sufijo es, únicamente, de primera persona. Las persona del tiempo no-realizado cambian en cada caso). Hasta ahí, las novedades son mínimas. Sin embargo, dentro del tiempo realizado hay una distinción codificada también morfológicamente: el tiempo realizado experimentado [-rqa] y no experimentado [-sqa]. Ahí surge una pregunta, por no decir, un pequeño calambre mental: cómo es posible que un tiempo realizado pueda ser no experimentado. La verdad, es más sencillo de lo que parece, pero es un matiz pragmático, o si se quiere, semántico. Este sufijo es utilizado para situaciones en las que el agente de la oración no es consciente de lo que sucede y no se considera responsable de sus actos. Situaciones como estas, como cuentan los hablantes de esta lengua andina, son los efectos de la ebriedad o alguna droga. También se utilizan estos sufijos para hablar de situaciones de carácter mítico o de narraciones sobre la cual no se puede tener conocimiento directo. Otro caso que podemos encontrar en el quechua es el de los reportativos. Tanto de los de primera mano [-m] como los de segunda mano [-s], dan cuenta del origen de la información transmitida. Si el hablante maneja esta información por conocimiento propio sufija al sujeto oracional el reportativo de primera mano [-m], o si esta le fue transmitida por otra persona, caso en el que sufija el reportativo de segunda mano [-s]. Estas marcas tienen un eminente carácter discursivo y son mecanismos que han permitido integrar gramaticalmente funciones comunicativas. Parecerían responder, desde nuestro punto de vista, a un tipo de proceso post-sintáctica, ya que la marca solo varía por una cuestión de contexto y no por motivación formal, como la asignación de caso, por ejemplo. Lo que sucedería, y es lo que tiene que asumir un análisis sintáctico de la palabra es a «silenciar» o «reducir» la posiblidad de explicitar estos matices en la descripción sintáctica. Se pierden sutilezas por ganar una generalidad mayor. Desde nuestro punto de vista, no es un problema muy grave si es que tenemos presente que nuestro objetivo es la universalidad de estos procesos.

La morfología -como conjunto de procesos que actúan sobre la palabra- es el lugar donde la sintaxis, como procedimiento formal, puede entrar en problemas: es similar al umbral de eventos de un agujero negro. ¿Por qué esta analogía? Los procesos morfológicos tienden a ser el lugar donde la semántica, la pragmática y la sintaxis se encuentran generando las diversas posibilidades expresivas y organizativas de una lengua. Una vez que se aleja de este umbral, la morfología se vuelve sintaxis a través de un proceso histórico. Una vez que se está más cerca del agujero negro (llamémosle también pragmática), las posibilidades y los matices expresivos son altísimos, generando dificultades en su formalización por el alto contenido pragmático que presentan. Por ello, desde los primeros gramáticos existe un mantra sobre este tema: la morfología del ayer, es la sintaxis del mañana. Para nosotros, la morfología es el umbral por donde el mundo analógico pasa a ser digitalizado en sintaxis.